miércoles, 29 de febrero de 2012

Mensaje del Obispo de Cádiz y Ceuta para la Cuaresma de 2.012

"Llenos de misericordia para socorrer al necesitado" 1.- La voz de Dios en el grito silencioso de los parados Queridos fieles sacerdotes, laicos y todos los cristianos de la diócesis de Cádiz y Ceuta. Nos urge la caridad. La altísima cifra oficial de parados en España –cinco millones trescientos mil– nos ha sobrecogido a todos. En nuestra tierra, como bien sabéis, el índice es aún mayor. se trata de la cota más alta de nuestra historia, por desgracia. Hay que añadir, además, que más de un millón y medio de parados han dejado de percibir el subsidio de desempleo. Los pronósticos de futuro, al mismo tiempo, no son nada halagüeños: va a crecer seguramente en los próximos meses, y se constata y pronostica como algo endémico de nuestra sociedad. El paro, «cáncer terrible de nuestra sociedad», no es un mal cualquiera, porque, además del hambre y de la miseria, de las humillaciones y frustraciones, de las crisis familiares, o de las desesperanzas que produce, hiere a nuestros hermanos en lo más profundo de su dignidad humana sienten que se les ha despojado de su dignidad al verse privados de un trabajo con una cierta estabilidad con el que desarrollar su vida, sus capacidades, formar una familia, construir algo bello. Pero nos hemos ido acostumbrando y nos domina la indiferencia, la apatía y el fatalismo. No se puede negar que factores técnicos son causa del paro. Pero también lo es en una gran medida la falta de solidaridad en nuestras sociedades son patentes muestras de ella, la acumulación de empleos, los salarios exorbitantes y no justificados, el consumismo, la aplicación de ingentes medios económicos a la satisfacción del lujo, el derroche sin sentido, y sobre todo, la pérdida del sentido de los valores morales que lleva a subordinar a los intereses económicos, el bien del hombre y de la sociedad. El paro es el fruto de un orden de cosas que hace de lo económico el valor supremo, un dios. Nadie puede sentirse espectador desde fuera ante el paro. El santo Padre en su mensaje para la Cuaresma de este año nos advierte de este peligro: Nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo queseamos «guardianes» de nuestros hermanos. El paro juzga a una sociedad como la nuestra. Más aún, el paro condena a un mundo como el nuestro. sé que muchos de vosotros tenéis una gran sed de solidaridad y justicia. Especialmente los jóvenes. Y también sé hasta qué punto la desesperanza y el derrotismo os tientan. Pero también he sido testigo en estos meses de la ingente obra que muchos de vosotros realizáis en vuestras parroquias, asociaciones, cofradías, por no hablar de las congregaciones religiosas y sobre todo de Caritas. sois un testimonio lleno de vida ante una sociedad que necesita de Cristo más que nunca. 2.- La respuesta de Dios: nuestra caridad La caridad es el amor de Cristo acogido y vivido por nosotros, discípulos del señor, que crea necesariamente una cultura nueva. De ella nacen las acciones caritativas y el verdadero desarrollo. La crisis actual, enraizada en una profunda crisis moral y de valores, pone de manifiesto la miseria de una cultura basada sólo en la técnica y la simple política, es decir “el absolutismo de la técnica” que pone en entredicho el progreso, entendido como simple riqueza y poder, y que puede volverse contra el hombre. Los que conocemos la caridad de Cristo estamos llamados a un servicio constructivo que genera un progreso verdaderamente humano, que reclama la centralidad de la persona, de su razón y su libertad, ordenando rectamente las realidades humanas. El santo Padre en Encíclica Caritas in veritate ha propuesto con valentía la novedad de la experiencia de la comunión cristiana como el auténtico motor que puede regenerar nuestra sociedad por el principio de gratuidad: Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad. (n. 34) Es evidente que este amor exigente reclama, primero de todo, nuestra conversión personal, que ha de renovar un gran “si” al amor sin reduccionismo, superando el pecado de egoísmo y la banalización. Por eso debemos volver continuamente a la propia conciencia, a la exigencia del amor en todos los ámbitos de la vida, y a la experiencia del perdón, es decir, a reconocernos pecadores y, después de recibir la gracia de Dios que nos identifica con Cristo, amar con santidad de vida, con entrega y generosidad capaz, no sólo de dar las cosas, sino a sí mismo solamente este amor consecuente y gratuito puede hacerse responsable del mundo y favorecer el bien social, el orden justo que respeta la familia, la vida, el trabajo, etc. porque ama a cada uno como el señor nos amó. 3.- Propuestas concretas 1.- La confesión de los pecados, fuente de misericordia Para ser renovados por el Espíritu santo debemos, en primer lugar, dejarnos purificar por su Amor en el sacramento de la Reconciliación sabemos bien que el fruto de este sacramento no es sólo el perdón sino también el crecimiento de la caridad y la paz, un amor que corrige nuestro egoísmo y una paz que se hace extensiva. La paz de sabernos amados en cualquier circunstancia. Esta gracia nos capacita para acoger así a nuestros hermanos, especialmente los que sufren, transmitiéndoles con nuestra solidaridad el Amor que puede llenar de paz sus vidas tantas veces angustiadas sabiéndose amados también en su situación de paro o dificultad. 2.- La caridad comunitaria organizada Nuestra conversión debe expresarse en actos concretos de amor, de penitencia y de reparación, individuales y comunitarios. Comunitariamente os propongo poner en práctica las conclusiones de la IV Asamblea de Caritas que tuvo lugar recientemente en Benalup-Casas Viejas y que adjunto a esta carta. La experiencia de los voluntarios de Caritas nos asegura que en la base de los problemas de las personas atendidas casi siempre hay un drama familiar: rupturas, soledad,… Por ello la propuesta de este año es apoyar a esas familias y ofrecer la gran experiencia de la Iglesia Familia, donde todos tenemos un lugar. Es éste un gran reto para nuestras comunidades cristianas. Las familias soportan hoy la mayor carga social y dan testimonio de una caridad ejemplar. Muchas ayudan a sus miembros, también las Caritas parroquiales están siendo un pilar fundamental. sin duda se verán favorecidas con la nuevas indicaciones aprobadas en Benalup-Casas Viejas. Pero necesitan de nuestra ayuda. Debemos intentar que cada Caritas parroquial sea la expresión y el reflejo de la comunidad cristiana que ama y responde organizadamente a las necesidades más próximas con la comunicación cristiana de todos. La nueva evangelización tiene su motor en el amor de Cristo que nos urge como a Él le urge la salvación de cada uno de esos hermanos. Este profundo “ensanchamiento” es congruente con el camino cuaresmal pues es justamente el Misterio de nuestra salvación lo que celebramos en el triduo Pascual hacia el que nos encaminamos durante estos cuarenta días. 3.- Una aportación personal Hay otro modo de respuesta individual, dependiendo de las circunstancias personales de cada uno y de cada familia. Os propongo una bella tradición que he encontrado entre vosotros al llegar a nuestra querida diócesis. Desde el Miércoles de Ceniza se reparte en las parroquias una hucha a cada fiel de modo que durante toda la Cuaresma pueda ir acumulando el fruto de sus ayunos y privaciones y darlo, juntos, como ofrenda, el jueves santo, día del amor fraterno Os exhorto a vivir este año esta eficiente tradición de forma renovada y añadir, en la medida de vuestras posibilidades, la ofrenda del diezmo, de tanta raigambre en la tradición cristiana, de modo que una parte del sueldo del mes pueda entregarse en solidaridad con aquellos que no lo pueden recibir por la falta de oportunidad para ganarlo. Invito especialmente a los sacerdotes a hacer este gesto testimonial de caridad, expresión sencilla de su vida enteramente entregada por Cristo y el Evangelio que da siempre “el ciento por uno, aquí en la tierra y la vida eterna”. Para este fin, desde hace años, existe la cuenta de solidaridad que en esta situación actual Caritas distribuirá para atender mejor a los afectados por el desempleo. Cuaresma de ayuno, oración y limosna nos asocie al Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a todos y que su misericordia rebose en nuestras vidas de modo que todos perciban así la cercanía de su Amor. Deseo mucho que esta carta os ayude a caminar en esta Cuaresma hacia la celebración del Misterio Pascual que cada año vuelve a renovar la gracia bautismal que dentro de nosotros nos capacita para vivir como auténticos hijos de Dios y amar con la misma fuerza que Cristo, con la fuerza de su Espíritu santo. Invoco sobre todos vosotros la protección de Nuestra Madre y os bendigo de todo corazón. Vuestro Obispo y Pastor, +Rafael Zornoza Boy, Obispo de Cádiz y Ceuta

Benedicto XVI: mensaje Cuaresma 2012

«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24) Queridos hermanos y hermanas La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual. Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal. 1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano. El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66). La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza. El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros. 2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad. Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana. Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16). 3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad. Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras. Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10). Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica. Vaticano, 3 de noviembre de 2011 BENEDICTUS PP. XVI

lunes, 27 de febrero de 2012

Cabildo General Ordinario


Puerto Real, 27 de febrero de 2012

Estimado Hermano/a:

De conformidad con lo que marcan nuestros Estatutos le comunico que, el próximo 2 de marzo, en los Salones Parroquiales de la Prioral de San Sebastián, a las 19:30 horas en primera convocatoria y a las 19:45 horas en segunda convocatoria, celebraremos Asamblea General Ordinaria, con el siguiente

ORDEN DEL DIA

1º Oración.

2º Lectura del Acta del último Cabildo celebrado.

3º Lectura y aprobación, si procede, de la memoria de actividades del año 2011.

4º Aprobación, si procede, del estado de cuentas correspondiente al año 2011.

5º Lectura y aprobación, si procede, del proyecto anual de actividades para el año 2012.

6º Aprobación, si procede, del presupuesto para el año 2012.

7º Ruegos y preguntas.

Sin otro particular y esperando tu asistencia con puntualidad, se despide atentamente:



José Díaz Belizón
Hermano Mayor

viernes, 24 de febrero de 2012

Triduo San José

Os informamos del Solemne Triduo, que se llevará a cabo en la Capilla de las RR.MM. Filipenses, en honor al Patriarca San José, y al cual estais todos invitados.

martes, 14 de febrero de 2012

Carta de nuestro capataz

Cuadrilla de Costaleros de Ntra. Sra. de los Dolores 2012 Querido Hermano y Costalero: Bajo la atenta mirada de Nuestra Señora de los Dolores, quiero enviarte un saludo cariñoso. El mismo cariño y amor con el que tuviste el honor y satisfacción de llevarla sobre tus Hombros el pasado Lunes Santo, y por el cual yo me siento orgulloso de tener esta cuadrilla de hermanos, amigos, familia. Honor, amor y satisfacción que seguro querrás volver a sentir en éste año que acaba de comenzar. Por eso, tengo el gusto de convocarte a la "Escogía" de costaleros para la Cuadrilla que la próxima Semana Santa portará a Nuestra Señora por las calles de Puerto Real. ,"Escogía" que como bien sabes, es vital para poder configurar la Cuadrilla, por lo que cuento de antemano con tu asistencia. Por tanto, espero verte este viernes día 2 de marzo a las 20.00 h en la Casa de Hermandad (C/San Alejandro 106). Sin más, recibe un fuerte abrazo. Rafael García Fontaiña Capataz de Ntra. Sra. de los Dolores. Si tuvieras alguna dificultad para poder asistir, no dudes en llamar.651676201